Cristo se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza
Cristo se hizo pobre
Dios ha querido arreglar este mundo tan injusto, lleno de desigualdades, por el camino de la pobreza voluntaria del Hijo de Dios, que siendo rico se ha hecho pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza (2Co 8,9). Es más, la realeza de Cristo emerge con todo su significado más genuino en el Gólgota, cuando el Inocente clavado en la cruz, pobre, desnudo y privado de todo, encarna y revela la plenitud del amor de Dios. Su completo abandono al Padre expresa su pobreza total, a la vez que hace evidente el poder de este Amor. Cristo se ha vaciado completamente de sí mismo por amor al hombre, se ha despojado de su condición divina… hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz (Flp 2,6-8).
Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres. Esta salvación vino a nosotros a través del “sí” de una humilde muchacha de un pequeño pueblo perdido en la periferia de un gran imperio. El Salvador nació en un pesebre, entre animales, como lo hacían los hijos de los más pobres; fue presentado en el Templo junto con dos pichones, la ofrenda de quienes no podían permitirse pagar un cordero (cf. Lc 2,24; Lv 5,7); creció en un hogar de sencillos trabajadores y trabajó con sus manos para ganarse el pan. Cuando comenzó a anunciar el Reino, lo seguían multitudes de desposeídos, y así manifestó lo que Él mismo dijo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres” (Lc 4,18). A los que estaban cargados de dolor, agobiados de pobreza, les aseguró que Dios los tenía en el centro de su corazón: “¡Felices vosotros, los pobres, porque el Reino de Dios os pertenece!” (Lc 6,20); con ellos se identificó: “Tuve hambre y me disteis de comer”, y enseñó que la misericordia hacia ellos es la llave del cielo (cf. Mt 25,35s)1.
Posteriormente, los primeros cristianos, tras haberse encontrado con el Señor Resucitado y haber recibido el Espíritu Santo, “vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno” (Hch 2,45). Estas palabras muestran claramente la profunda preocupación de los primeros cristianos por las diferentes necesidades. El evangelista Lucas describe sin retórica la comunión de bienes en la primera comunidad2.
De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad3.
Discípulos pobres
Ha habido ocasiones, sin embargo, en que los cristianos no han escuchado completamente este llamamiento, dejándose contaminar por la mentalidad mundana. Pero el Espíritu Santo no ha dejado de exhortarlos a fijar la mirada en lo esencial. Ha suscitado, en efecto, hombres y mujeres que de muchas maneras han dado su vida en servicio de los pobres. Cuántas páginas de la historia, en estos dos mil años, han sido escritas por cristianos que, con toda sencillez y humildad, y con el generoso ingenio de la caridad, han servido a sus hermanos más pobres. Entre ellos destaca el ejemplo de san Francisco de Asís, al que han seguido muchos santos a lo largo de los siglos. Él no se conformó con abrazar y dar limosna a los leprosos, sino que decidió ir a Gubbio para estar con ellos. Él mismo vio en ese encuentro el punto de inflexión de su conversión. Este testimonio muestra el poder transformador de la caridad y el estilo de vida de los cristianos4.
El Santo Padre Francisco no se cansa de decirnos que los pobres tienen que estar en el centro de la vida de la Iglesia5. Es más, ha instaurado la Jornada Mundial de los Pobres para hacer presente esto mismo en cada país, en cada diócesis y en cada parroquia.
Y, en este sentido, nosotros somos los primeros pobres. No olvidemos que para los discípulos de Cristo, la pobreza es ante todo vocación para seguir a Jesús pobre. Es un caminar detrás de él y con él, un camino que lleva a la felicidad del reino de los cielos (cf. Mt 5,3; Lc 6,20). La pobreza significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura limitada y pecadora para superar la tentación de omnipotencia, que nos engaña haciendo que nos creamos inmortales. La pobreza es una actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para la felicidad. Es la pobreza la que crea las condiciones para que nos hagamos cargo libremente de nuestras responsabilidades personales y sociales, a pesar de nuestras limitaciones, confiando en la cercanía de Dios y sostenidos por su gracia. La pobreza, así entendida, es la medida que permite valorar el uso adecuado de los bienes materiales, y también vivir los vínculos y los afectos de modo generoso y desprendido6.
Se trata, por tanto, de que un pobre, tú y yo, ayude a otro pobre, tienda la mano a los otros pobres, para encontrarlos, para mirarlos a los ojos, para abrazarlos, para hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de soledad. El Padre nuestro es una oración que se dice en plural: el pan que se pide es “nuestro”, y esto implica comunión, preocupación y responsabilidad común. En esta oración todos reconocemos la necesidad de superar cualquier forma de egoísmo para entrar en la alegría de la mutua aceptación.
Esta actitud de “pobre” de cada uno de nosotros nos abrirá mejor a la fe, a la necesidad de Dios, a su bendición, a su Palabra, a la celebración de los Sacramentos y a un camino de crecimiento y de maduración en la fe. Y esto mismo, antes de nada, es lo que tendremos que ofrecerles a nuestros hermanos pobres: una atención religiosa privilegiada y prioritaria7. No podemos descuidar lo que nos es propio: llevar a todos hacia Dios y hacia la santidad8.
Instrumentos de Dios
Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo9. En relación con los pobres, no se trata de jugar a ver quién tiene el primado en el intervenir, sino que con humildad podamos reconocer que el Espíritu suscita gestos que son un signo de la respuesta y de la cercanía de Dios. Cuando encontramos el modo de acercarnos a los pobres, sabemos que el primado le corresponde a él, que ha abierto nuestros ojos y nuestro corazón a la conversión. Lo que necesitan los pobres no es protagonismo, sino ese amor que sabe ocultarse y olvidar el bien realizado. Los verdaderos protagonistas son el Señor y los pobres. Quien se pone al servicio es instrumento en las manos de Dios para que se reconozca su presencia y su salvación10. Hacer oídos sordos a ese clamor, cuando nosotros somos los instrumentos de Dios para escuchar al pobre, nos sitúa fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto. “Si alguno que posee bienes del mundo ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (1Jn 3,17).
A veces somos duros de corazón y de mente, nos olvidamos, nos entretenemos, nos extasiamos con las inmensas posibilidades de consumo y de distracción que ofrece esta sociedad. Así se produce una especie de alienación que nos afecta a todos11. Necesitamos, el silencio de la escucha para poder reconocer la voz de los pobres. Si somos nosotros los que hablamos mucho, no lograremos escucharlos. A menudo me temo que tantas iniciativas, aun siendo meritorias y necesarias, están dirigidas más a complacernos a nosotros mismos que a acoger el clamor del pobre. Estamos tan atrapados por una cultura que obliga a mirarse al espejo y a preocuparse excesivamente de sí mismo, que pensamos que basta con un gesto de altruismo para quedarnos satisfechos, sin tener que comprometernos directamente12.
Por último, debemos alabar y animar a aquellos cristianos, como la Asociación Resurgir, en Huelva, que espontáneamente se ofrecen para ayudar a los demás hombres. Más aún, es deber de todo el pueblo de Dios, animado y guiado por la palabra y el ejemplo de sus obispos, aliviar, según las posibilidades de cada uno, las miserias de nuestro tiempo y de nuestra ciudad; y esto hay que hacerlo, como era costumbre en la antigua Iglesia, dando no solamente los bienes superfluos, sino aun los necesarios13. El espíritu de pobreza y de caridad debe ser la gloria y el testimonio de la Iglesia de Cristo.
NOTAS[su_divider top=»no» style=»dashed» divider_color=»#5d3d0c» size=»1″]
- Santo Padre Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (EG), sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, n. 197, 24 noviembre 2013.
- Mensaje del Santo Padre Francisco en la I Jornada Mundial de los Pobres, 13 junio 2017.
- EG 186.
- Mensaje del Santo Padre Francisco en la I Jornada Mundial de los Pobres, 13 junio 2017.
- Cf.EG 198.
- Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 25-45.
- Cf. EG 200.
- Mensaje del Santo Padre Francisco para la II Jornada Mundial de los Pobres, 13 junio 2018.
- Cf. EG 187.
- Mensaje del Santo Padre Francisco para la II Jornada Mundial de los Pobres, 13 junio 2018.
- Juan Pablo II, Carta Encíclica Centesimus annus, n. 41, 1 mayo 1991.
- Mensaje del Santo Padre Francisco para la II Jornada Mundial de los Pobres, 13 junio 2018.
- Constitución Pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual del Concilio Vaticano II, nn. 88-90, 7 diciembre 1965.
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