Decimos que la economía es una ciencia social y su finalidad debe ser la asignación eficiente de recursos escasos para satisfacer las necesidades de las personas.
Basándonos en esta definición, lo que la economía como ciencia, y al margen de las diferentes visiones sobre esta ciencia de los diferentes autores en la historia económica (véase Adam Smith, Engels, Marx o Keynes y un larguísimo etc. de pensadores de muy diferentes ideologías), todos debemos de coincidir que el fin último de esta ciencia debe ser el ser humano y su bienestar.
Un hecho consustancial del hecho económico es la crisis, entendiéndola como una fase depresiva de un ciclo económico. A lo largo de la historia cualquier periodo de crisis económica ha supuesto unos cambios significativos en las relaciones no solo mercantiles de los diferentes agentes que intervienen en una economía (consumidores, empresas, estado) sino también en una nueva visión del mundo que ha producido cambios muy relevantes en las sociedades. Al margen de las consecuencias estrictamente económicas o monetarias que producen una crisis, como un empobrecimiento general de la mayor parte de los ciudadanos, produce un cambio en el enfoque filosófico sobre nuestro papel en la sociedad.
En una crisis, como la que estamos padeciendo, se generan multitud de circunstancias negativas derivadas de la misma y que de alguna manera ya forman parte cotidiana de nuestras vidas:
- Por un lado estamos sufriendo unos niveles de Paro jamás conocido en nuestro país, con cerca de 6 millones de personas, que cada día se enfrentan a la terrible incertidumbre de su futuro. No sólo en lo económico (ya grave de por sí), sino además de lo que para mi supone una de los mayores fracasos del ser humano, como es la perdida de la autoestima, que genera un enorme angustia y ansiedad y ya sabemos que una sociedad con ausencia de autoestima es una sociedad que no progresa y en definitiva enferma.
- Como consecuencia de lo anterior se produce otra de las consecuencias nefastas de esta crisis como son los “desahucios” de aquellas personas más frágiles a las que se les priva no solo de una casa en la que vivir, sino de un “hogar” como núcleo fundamental de la educación y creación de valores de una sociedad.
En España estamos viviendo estas dos trágicas circunstancias de una manera muy virulenta y ha creado una clase social a caballo entre la pobreza y la miseria que solo lleva a la exclusión social de los afectados y a una difícil salida de la misma. Estamos observando como todas aquéllas instituciones humanitarias están absolutamente desbordadas para poder atender a esa ingente cantidad de personas que tienen dificultades para alimentarse dignamente.
Y es aquí donde quiero hacer un punto de inflexión de este artículo, porque si bien las cosas son como son, también pecaríamos de injusto si no reconociese ese fenómeno absolutamente esperanzador como es la gran explosión de solidaridad que se ha desatado en nuestro país de unos ciudadanos con sus conciudadanos más desprotegidos. Ha provocado una profundad reflexión social de la injusticia de esta situación y de cómo una sociedad que quiere ser sana no puede permitir la destrucción de los valores más elevados que hacen de una sociedad un espacio de convivencia de dignidad, progreso, respeto y justicia.
Cuando al principio del artículo decía que una crisis supone un cambio en la visión de una sociedad me estaba refiriendo a actitudes como la que estamos viviendo en estos tiempos en nuestro país. Una movilización civil a favor de la dignidad humana y de los derechos más primarios del ser humano, un nuevo enfoque de cómo debe articularse una comunidad en la que sus miembros se sienten responsables de sus miembros y de cómo no podemos permitir que se destruyan esos valores que hacen grande a una sociedad.
Esta es la gran lección de esta crisis y es que los valores humanos están por encima de cualquier asunto.
Si la economía no lo consigue, no debería llamarse una “ciencia social”.
Federico Sánchez de la Campa Peguero | Economista